El cruel y tradicional instrumento de castigo para niños y niñas, no ha desaparecido, todavía lo venden a pocas cuadras de la Plaza de Armas de Lima, así como en mercados de la periferia de la capital peruana, claro indicativo de que aún es utilizado.  

“Te voy a echar chicote”, era la advertencia que le indicaba a un niño o niña que había cruzado la línea invisible establecida por la autoridad familiar. Como elemento disuasivo todavía puede verse colgado de un clavo en un lugar visible de algunas casas pero probablemente todavía es empleado para castigar.

Al chicote también se le llama látigo, “San Martín” o “chocolate”, en la zona andina es empleado no solo para castigar a niños sino también a adolescentes e incluso a personas adultas.

Aunque los tiempos han cambiado, la última Encuesta Nacional sobre Relaciones Sociales (Enares), realizada en el 2016 por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), señala que el 74% de niños y niñas entre los nueve y once años de edad han sufrido violencia física o psicológica en sus hogares.

El chicote debe desaparecer, al igual que la violencia contra los niños, definitivamente ya es hora de cambiar, pero nadie sabe cuando ocurrirá.